La semana del infierno

Recientemente he terminado de leer un libro muy recomendable cuyo título original “Can’t hurt me”, podría traducirse como “No pueden dañarme”. Es la historia del Navy Seal, David Goggins, que más veces repitió la “semana del infierno”; después de eso, compitió en más de 60 ultramaratones, triatlones, y ahora es uno de los speakers más valorados de Estados Unidos, según Fortune 500.

La “semana del infierno” es uno de los entrenamientos militares más duros del mundo, donde el objetivo no es tanto el entrenamiento físico “per se”, como conocer los límites inimaginables que puedes soportar, para que cuando te encuentres en un entorno hostil, desconocido, donde creas que ya no aguantas más, tu cuerpo haya aprendido que su límite está mucho más alto.

Los fracasos y la cultura del esfuerzo te enseñan eso mismo. Fracasar es un asco, y os lo cuenta alguien que ha creado 34 empresas en seis países y ha fracasado estrepitosamente muchas veces. Fracasar es una mezcla de desilusión, decepción, culpa, impotencia, etc., que te enfrenta muchas veces a lo peor del ser humano, de la sociedad y de su burocracia, pero también a lo peor de ti mismo.

Aunque sí tiene una cosa buena: como en el entrenamiento de los Navy Seal, te hace conocer que tus límites están mucho más altos de lo que crees que puedes soportar. Cuanto mayor es el fracaso, más herramientas te va a dar para minimizar el impacto de las vicisitudes que te puede deparar el futuro.

Esto, los americanos no solo lo saben, sino que lo valoran. Mientras en Europa, en general, fracasar se ve como algo malo; en Estados Unidos, es una parte de tu currículo empresarial altamente valorada. Porque hay lecciones muy importantes de la educación empresarial y financiera que solo las vas a aprender cuando tienes errores.

No hay, ni existe, formación al fracaso. Nadie te cuenta lo que hay que hacer cuando una empresa falla o se arruina, que es lo más probable en un país donde el 98% de las startups no pasa del segundo año.

Y es que, en una sociedad actual donde, como decía Ortega y Gasset hace 100 años en su libro La rebelión de las masas, “una sociedad empieza a decaer cuando los ideales pisotean la meritocracia”, y que “llegaremos a estar polarizados de tal forma que ser de izquierdas es igual que ser de derechas, una de las infinitas maneras que tendrá el ser humano de ser un imbécil con hemiplejia moral”.

Y es justo lo que está pasando hoy en día. Tenemos la mayor libertad de expresión para decir burradas, a la vez que hay que usar un lenguaje cuidadoso e inclusivo en temas nimios. Todas estas memeces, creadas en los despachos de los partidos para intentar ganarse los votos de las minorías claves, hacen que nos volquemos en unos ideales anormales que cercenan, entre otras cosas, el sentido común, la meritocracia y el liderazgo.

No premiar a un crack o un líder para que el mediocre no se sienta mal es hacer una sociedad más débil. Los líderes son fundamentales porque son los únicos que con su ejemplo crean más líderes, y porque son los promotores de protección a aquellos que tienen menos capacidades y a aquellos más vulnerables.

Esta erradicación de la meritocracia y el liderazgo trae trágicas consecuencias a la sociedad, y más en una como la actual, altamente competitiva y globalizada, donde ya no vale luchar entre nosotros como empresas, sino que tenemos que combatir con países donde se trabaja más, se cobra menos y el producto es de más calidad.

¿Cómo se para esto?

OPINIÓN

CURRO RODRÍGUEZ CEO DE LY COMPANY & LY HOLDING CAPITAL, AUTOR DEL LIBRO “EL APRENDEDOR”

¿Cómo podemos mejorar estas diferencias cada vez más grandes?
Pues se antoja muy complicado, porque la empresa española es ya de por sí una “microminipyme”. El 75% de las empresas de nuestro país tiene entre 1-2 trabajadores, el 99% tiene menos de 20 trabajadores y el 99,9% menos de 200 trabajadores.

Mientras no exista formación financiera y no seamos capaces de crear lobbies nacionales o regionales, no podremos luchar contra la tiranía de la mediocridad y esa falta de educación financiera que es tan notable. Pero no solo en quien emprende, que se cree que emprender un negocio es saber de las particularidades del suyo propio, y empieza con un concepto equivocado.

Para crear una empresa, sacarla adelante y llevarla competitivamente en su día a día, tienes que saber de cultura empresarial, financiación, balances, pérdidas y ganancias, saber leer tus informes, hacer un plan comercial, definir tu producto y servicio, segmentarlo y posicionarlo.

Los jóvenes emprendedores, con los que hablo mucho, están más centrados en conseguir dinero que en buscar clientes. Y las sociedades empresariales siguen viviendo de subvenciones y formación, alejadas del emprendimiento y del empresariado que surge.

Mientras no cambiemos o actualicemos las estructuras atávicas que gobiernan el establishment y que representan al empresariado, no podremos cambiar la demonización que permisivamente permiten que se tenga del motor de un país: la empresa.

Un país en que el 37% de la población (empresarios y sus trabajadores) mantiene al resto, con un “terrorismo” fiscal tan lacerante, cada vez imposibilita más esa competitividad de la que nos alejamos.

El capitalismo proteccionista, tan mal visto por algunos sectores, es desde luego una gran medicina para la salud financiera de un país donde “pan para hoy y hambre para mañana” parece ser el futuro más cierto para los que saben algo de macroeconomía y geopolítica.

Nunca entenderé cómo los gobernantes de cualquier signo siguen continuamente despreciando la creación de riqueza y enfrentando clases sociales. Cuando una sociedad con empresas fuertes genera empleados fuertes, productos fuertes, protección social con fuertes recursos, y además, crea un círculo virtuoso exponencial que revalorizará el país y su tejido productivo.

Y mientras no combatamos contra la demonización del empresario —que son los únicos, junto a los trabajadores privados, que crean la riqueza y eso que llaman el “dinero público”—, no saldremos como potencia y nos quedaremos como un museo nacional. Un lugar donde vendrán turistas del mundo, provenientes de países que sí están sabiendo hacer las cosas con visión, a ver “piedras” de otros siglos… donde creábamos historia, y donde ahora somos la historia que ven otros.

Comparte este post

Descubre cómo convertir cada fracaso en el impulso para alcanzar el éxito.

Una obra que te inspirará, emocionará y te enseñará a abrir puertas donde otros solo ven muros.